No es ningún tema nuevo que el calendario establece como semana laboral los días entre el lunes y viernes, y reconoce como fin de semana los días sábado y domingo. Esto no solo aplica a los trabajadores, sino también a los estudiantes.
Tampoco es novedad que por lo mismo, exista toda una mitología, repulsión y quizá odio hacia los lunes, pero sí se hizo mucho más evidente a partir de que las redes sociales permitieron a cierto porcentaje del mundo exponer su sentir y pensar al público.
¿Cuántos no nos hemos quejado al menos una vez de que el fin de semana se va como el agua y nuevamente nos enfrentamos a la realidad ante la llegada del maldito lunes? Y si por gracia divina comenzamos con la mejor actitud este día, basta con rodearnos de la gente en el transporte público o llegar a nuestro lugar de actividades cotidianas y encontrar rostros de pocas amistades para contagiarse de aquel ánimo.
Una vez comentado esto, existen dos opciones: Continuar con esa tradición de ver el lunes como lo peor que nos puede pasar y seguir arrastrando nuestra existencia sin un objetivo en concreto o enfrentarlo y reconocer que es un día como los demás, con 24 horas de duración y es responsabilidad nuestra sentirnos miserables o felices, igual que cualquier otro día.
Si son los típicos amargados que odian las actitudes positivas y solo quieren ver el mundo arder, elijan la primera opción, también están en su derecho, pero si desean cambiar esa perspectiva, aquí les comparto algunos consejos que he escuchado o leído aquí y allá.
Lo primero es poner el mayor equilibrio posible en las horas de sueño. Tiene su encanto esperar el fin de semana para relajarse, desestresarse, salir de fiesta, reunirnos con gente que durante la semana no podemos ver, quedarnos en casa disfrutando horas de nuestras series y películas favoritas, sin importar la actividad, un hábito en común es desvelarse y levantarse muy tarde el sábado y domingo, lo cuál suena muy justo después de cinco días de madrugar para realizar tareas que tal vez ni siquiera nos agradan en la mayoría de casos. Aquí lo que nos debe poner a pensar es que una alteración tan marcada del ritmo biológico hace difícil regresar con energía el lunes para retomar las responsabilidades, y más aún cuando se debe regresar tras un periodo vacacional como el que justamente estamos terminando.
Eviten el contagio del mal humor. Ya lo mencioné, encontrarse con las caras largas de medio mundo a nuestro alrededor nos contagia, los especialistas en el tema lo atribuyen en gran medida a las neuronas espejo, no profundizaré en el tema pero en resumen ellas son responsables de la empatía y la imitación del comportamiento en nuestro entorno. La buena noticia es que ser conscientes de esto nos puede ayudar a recordar que nosotros despertamos de buen humor y si no hay una razón de peso para que esto cambie, que el mal carácter se quede con quien lo quiera.
Planifiquen actividades de su gusto. También existe la posibilidad de que seamos nosotros los que contagiamos a los demás, es normal culpar a medio mundo y no reconocer los aspectos negativos cuando provienen de uno mismo, pero se vale ser honestos. No todo está perdido, saber que después de un día duro haremos algo que nos gusta debería motivarnos, y esto es al gusto personal, puede ser una salida al cine, una cena con alguna persona especial, hacer ejercicio, lo que sea que nos brinde la sensación deseada y rompa ese bucle semanal casa – trabajo y trabajo – casa.
Es opinión personal de un servidor que nos conviene buscar un equilibrio en la vida, no todo puede salir perfecto, pero no todo debe ser malo. Así como hay situaciones fuera de nuestro alcance, hay otras que está en nuestras manos resolver y dejar de vivir el lunes como si fuera la peor de las torturas desde los tiempos de la Santa Inquisición es una de ellas.